Te canto desde la sal con la que me hacías bañar
acurrucado en la cuna de tu sonrisa,
al borde de la inmensidad dibujada con tu océano.
Era tu regalo de cada viaje,
la enseñanza de la vida postrada entre las olas
que esconden con
fuertes trazos las orillas
entre cerro y mar.
El abismo de mi voz aun no olvida
el eco fortuito que busca la mirada con la cual posaste
un lecho en mis brazos.
Sin embargo
un lecho en mis brazos.
Sin embargo
recordó la profundidad encerrar al grito en la memoria
dejándolo pastar en el silencio.
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