lunes, diciembre 26, 2011

La copa sostenía un vaivén prolongado e inquieto. Giraba sin propósito, satisfaciendo la deliberación de alguna mano derecha. El vino contorneaba los bordes, coqueteando con dejar escapar alguna que otra gota. Mirando hacia el comedor, la voz de T, interrumpiendo las proposiciones de S. Contigo nunca se puede hablar. No, replica T. Pero necesito conversar contigo. Que no puedo ahora, que estoy cansado, exclama T al aire, buscando que la queja lo arroje fuera de la escena. Tiene resultado. T se ha llevado su copa y se tiende a ver televisión en su pieza. S pide a I que le vuelva a llenar la copa. Mientras tanto, la copa de I mantiene su vaivén, que ya ha dejado ciertas evidencias sobre el mantel. S mira a I a los ojos, nota en ellos el reflejo de una mirada viva que ahoga su llanto. Al topar sus miradas, S aparta la vista y finge atender la nerviosa mano derecha de I. ¡Me tienes nerviosa con tu vaso! Detiene su mano en el instante y pareciera que consigo todo su cuerpo, y no solo su cuerpo sino que toda pequeña vibración presente.
Para cuando I termina su copa, recoge los platos y los lava, S ya se ha ido a acostar. Entonces I va al baño y enjuaga sus lágrimas. Se mira al espejo, contempla sus muecas y sollozos. Siente algo parecido a la tristeza, se dice. O pena por S. O confusión por T. No importa. Toma la toalla y hunde su rostro como queriendo asfixiarse, o al menos eso parece porque la acción tarda más de lo normal diría cualquier persona que se seca después de mojarse la cara. Pero el tiempo estaba detenido. Tan sólo le importaba sostener la toalla contra su rostro, como si ese énfasis pudiera contener el vértigo que trepaba por su cuerpo como una enredadera.